Se los sigue recordando - Diario El Pueblo - Salto Uruguay

2022-10-08 19:55:56 By : Mr. Frank Chen

Ayer y hoy se celebra en todo el país el Día del Patrimonio, días para conocer o reconocer aquellos edificios y bienes que identifican a una ciudad, lugares emblemáticos que nos representan.

El viernes y sábado, desde nuestro lugar, apoyamos esta fecha con la publi-cación de un Suplemento alusivo, con un amplio detalle de las actividades y lugares , hoy presentamos historias de comercios que supieron marcar una época, tanto, que a pesar que quizá exista otra empresa en ese lugar se lo sigue nombrando como entonces. Barbieri Leggire, La Cordillera, El Cóndor, La Princesa, Mercería Borrelli,entre otros.

Recorrida histórica de la tradición salteña y de sus primeros comedores de la mano del Escribano Cesio

En junio de 2019, EL PUEBLO publicó una extensa nota con el Escribano Enrique Cesio quien, con su acostumbrada locuacidad, hizo un maravilloso recorrido histórico desde sus recuerdos y vivencias juveniles por las principales casas gastronómicas de nuestra ciudad que hoy ya no están. Hemos decidido rescatar esa nota para este Informe con la autorización del Escribano Cesio, lo que agradecemos.

Enrique Cesio es una enciclopedia a la hora de compartir sus investigaciones y recuerdos históricos de Salto. Para este informe, nos llenó de datos y anécdotas de las que extraemos un breve resumen. Cada historia que nos contaba, alcanzaba otras ramificaciones dignas de futuros informes.

“Salto sufre una transformación alrededor de 1870 –recordó Cesio-, donde empieza a caer el grueso de la inmigración italiana, española, portuguesa, en menor medida de los franceses, y además, se beneficia de la Guerra de la Triple Alianza porque era el puerto de llegada del abastecimiento de las tropas que iban para Paraguay, más el aumento de la riqueza agropecuaria del departamento de Artigas, que recalaba en las familias salteñas. Y de la llegada de un núcleo presidido por Antonio Invernizzi, de gente que hace las construcciones como la del Hotel “Degli Amici”.

“En 1870, dos hermanos Scanavino abren en la esquina que está frente al museo y frente al hoy llamado Hotel Biassetti, en un edificio muy modesto, la “Fonda Degli Amici”, son los primeros que dan de comer, pero no del restaurante de hoy que tiene una extensa lista de varias hojas, sino una o dos comidas de las que aprovechaban fundamentalmente la gente que venía de los barcos”.

“En el año 83, esos hermanos Scanavino, que ya son cuatro porque traen a dos más, mandan a hacer a Antonio Invernizzi el llamado Hotel Biassetti, que se llamó Hotel Degli Amici. Familiarmente te digo que el cocinero de ese hotel era mi abuelo. Y según el libro de los italianos, allí se hacían los banquetes. Los hoteles ya estaban recibiendo otro tipo de viajante, no estamos hablando de turistas, estamos hablando de gente que venía o a visitar a la familia o a realizar un trabajo o a vender mercaderías. Ese edificio originalmente tenía la entrada por calle Brasil, donde está ahora una oficina pública creo que de la Dirección de Vivienda, ahí era el salón comedor, porque el alojamiento era con comida”.

“Yo vivía pegado al hotel por calle Zorrilla, por lo tanto conocí ese hotel como era originalmente, tenía patio abierto, la entrada era por frente al mercado y los Scanavino, dos de ellos se hicieron ricos y volvieron a Italia, y los otros dos fueron manteniendo el hotel hasta que el último de ellos en el año 28 se lo vendió a Don Ángel Biassetti, quien por el cuarenta y pico lo reformó. Recuerdo que el Rotary se reunía todos los miércoles en el comedor del hotel. Pero si me preguntas del 40 para acá, que es lo que yo recuerdo, si había restaurantes o bares múltiples -bares restaurantes-, te diría que no, qué había bares con alguna comida fija o algún tipo de hotelito que te daba la comida del día. Y por supuesto, las comidas eran completamente distintas”.

“El primer pancho, como le pusimos ahora, lo trajo a Salto un señor polaco, que había estado en la guerra, llamado Mudruk, que tenía un puesto ambulante en la esquina de La Cosechera. Tenía la particularidad que cuando no tenía clientes, entraba a La Cosechera a jugar ajedrez. Es decir que el frankfurter empezó por un vendedor ambulante”.

“Lo que empezó a predominar desde principios del siglo 20 fue la confitería, que no daba de comer, ofrecía mesas con sillas pero para sentarte a tomar un café o una bebida, eran productores de masas y de algún producto salado como las empanadas”.

“En la esquina de donde está hoy el Santander, estaba la Confitería París, famosa por los helado de vainilla. Después, dónde hay ahora una serie de negocios en una instalación que está a mitad de cuadra al frente del Hotel Los Cedros, ahí primero estuvo una confitería y después, el hermano de Armando Barbieri, que era un hombre dedicado a los casinos -tenía en Colombia, hizo uno en Punta del Este-, compró y edificó ese espectacular edificio, que era una confitería que atrás tenía billares. Era un lugar muy versátil. A mediodía y de tardecita se reunían todos los Barbieristas, hasta que llegaba Armando y le dejaban el lugar principal. Pero también atrás, de noche tarde era un lugar de juego. Después, viniendo para aquí, tenías La Cosechera, en donde hoy está el Itaú y en la vereda de enfrente, lo que hoy es Trouville, se hizo un edificio nuevo, más o menos por el 45, quizás 50, y se instaló Sorocabana, que era la avanzada del café brasilero sobra Uruguay”.

“Después tenías, pero eso ya era más exclusivo, lo que ahora es La Trattoría, era el lugar de los socios del Club Uruguay. Donde está Parisien, todo ese salón enorme, era la Confitería Ideal, lugar de reunión de la mayoría de los universitarios fundadores y algunos de Ferro Carril, donde se hacían ruedas dónde podría haber 15 o 20 tipo juntos. Y más arriba, donde está La Banca de Quinielas ahora, había otra confitería que era de los Forte”.

“Entonces tenías un recorrido en Calle Uruguay, donde podías pasar por varios lugares, había gente que tenía costumbres de pasar de una rueda a la otra. Lo culturoso se reunía en el Sorocabana. Enfrente era más bien una barra en donde se podía jugar al ajedrez pero también se podía jugar a salir de ahí para los lugares insanos de la noche (risas)”.

LOS CAMBIOS EN LA SOCIEDAD

“Pero la costumbre de salir de la casa a comer con la familia, yo no recuerdo hasta que me fui a Montevideo haberlo hecho. En casa se comía las domingo un poquito más elaborado o a finales de año. Pero eso que dicen ‘hoy no cocines, vamos a comer unas pizzas’, eso es un proceso que empieza a cambiar con varias circunstancias, mayor poder adquisitivo, ocupación de la mujer fuera de la casa, mayor cantidad de gente visitante, eliminación del comedor de los hoteles. Hoy en día te dan solo el desayuno. Y si te tuviera que decir más o menos en qué lugares empieza a darse la comida tipo restaurante habitual de hoy, te marcaría el Club Remeros, que en determinado momento estaba atendida la cantina por los Nieto, una familia que cuando abrió Salto Grande, se vino a dónde está Lolita ahora, que se llamaba Restaurante El Chef”.

“Después en la calle Sarandí, que terminó en calle Uruguay, estaba una especie de acoplado del Jockey Club, en donde los veranos de noche que sacaban las tarimas, íbamos a comer la chuleta con huevo frito, pero no pasaba de eso. Y otro lugar donde empezó a desarrollarse la comida es en Salto Uruguay en donde estaba de cantinero Menoni, que después se vino La Oriental y se especializó en hacer el servicio de fiestas”.

“Te diría que todo eso se mantuvo más o menos hasta los 70 y que después cambió a la realidad actual que ya todos conocen”.

«La diversión de la gente era precisamente el boliche»

Había una impresionante cantidad de bares, y todos trabajaban muy bien, explica Delmiro «Coco» Maciel

Sobre bares que había en Salto en otros tiempos, uno podría pasarse varias horas conversando con Delmiro «Coco» Maciel (quien está al frente de Bar El Coco, en Artigas al 900). Pero no, no serían horas, según él «solo hablando de bares de la Zona Este o solo hablando de bares del Centro podríamos pasarnos semanas hablando». Entenderá el lector, entonces, que lo siguiente es tan solo lo medular de una larga charla.

-Uno de los bares que muchos recuerdan es el «Bar Artigas», acá en la esquina de Artigas y Treinta y Tres…

Sí, en ese caso te puedo hablar de fines de los años 70… Estaba al frente Alcides Teófilo Castillo, un señor que había venido del sur. El bar trabajaba muy bien. Tenía un hijo que lo ayudaba y además un muchacho joven que era muy hábil para el trabajo, que era el «Pibe» Anelio Caraballo, que se transformó después quizás en el mejor barista que tuvo Salto en los últimos años. Pero además, a pocos metros, en Treinta y Tres 94 estaba el «Bar del Palacio», que era de Lino Rodríguez, fundado en 1950. Rodríguez era bancario, renunció al Banco y puso el bar, que estuvo hasta julio del 79, cuando el dueño se enfermó y se vendió el bar…

-Usted también fue dueño del «Bar del Palacio», ¿fue en ese momento?

Claro, yo compré el «Bar del Palacio» en el 79, por consejo de Carlos Ambrosoni, y lo mantuve hasta abril del 83, cuando lo vendí. Yo ya tenía este que tengo actualmente y aquel. Pero al final preferí quedarme con este y prescindir de aquel.

-Y también había otros bares muy cerca, ¿no?

Sí, «Bar Ciudad» por ejemplo estaba acá en la esquina, donde ahora está la Inmobiliaria Agraciada, yo conocí varios dueños ahí, como Juan Carlos Segovia, que después se convirtió en vendedor de automóviles. Pero otro bar que trabajaba muy bien acá en el centro era el bar de Luzuriaga, en Treinta y Tres y Rivera. Luzuriaga era un señor muy amable y permitía a los jóvenes jugar al billar. También tuvo ese bar un señor de apellido Fontoura. Y estaba Viñas también, que tenía bar en calle Varela y Treinta y Tres, así que a una cuadra estaba Luzuriaga, y una cuadra más acá el «Bar Artigas», el «Bar Ciudad» y el «del Palacio». ¡En 230 metros, cinco bares!, ¡y todos trabajaban! Otro que trabajó muy pero muy bien fue el «Bar El Chino», de Pepe Granados, que primero estuvo en Lavalleja y Artigas, donde ahora está el edificio Los Naranjeles. Ahí había música en vivo durante casi todo el día, los coches que viajaban hacia afuera paraban enfrente y entonces era un lugar de mucha reunión, de mucha gente. El Pepe era un caballero, excelente, y tocaba el acordeón como los dioses.

-¿Y el famoso «Bar Washington» cuál era?

El de García; era un bar muy típico en la Zona Este, que era una zona muy movida, estaba en Artigas y Washington Beltrán (esquina sureste). Y haciendo cruz había otro bar, que era de Bernardo Pereira, también trabajaba muy bien, tenía comercio en la esquina y al lado, por Artigas, un salón grande donde estaba el bar.

-A García le decían «el Cowboy», ¿por qué?

Porque manejaba el revólver como los dioses y no tenía problema en decir por ejemplo: «voy a meter una bala en el pico de aquella botella». Acostaba la botella y embocaba, y sacaba la bala en la cola de la botella…y cosas así… Al lado, por Washington, tenía una entrada tipo garage pero grande, y ahí armaban una cancha de taba que estaba casi de continuo y también dicen que se apostaba muy buenas sumas de dinero. García era un tipo muy particular, tenía un trato espectacular, un tipo abierto pero rígido a la vez, un tipo que marcaba presencia y era querido, aceptado y respetado.

El otro bar que tenía muchísima gente era el de Alejandro Soto, en calle Uruguay al 500. Además tanto en este bar de Soto como en el de Washington Beltrán, la gente se distendia jugando a las cartas y según cuenta la leyenda se apostaba también, y no chirolas, siempre se apostaba grande. También en el centro hubo bares de nivel espectacular, como «El As de Oro», en calle Uruguay frente a la «Confiteria Ideal». Creo que era Arias el dueño, gran nivel digo en el sentido económico, también se jugaba, porque una de las diversiones era jugar a algo, pero tengo entendido que se apostaba muy bien y con gente ya de campo, dueños de campos, y profesionales de distintos rubros, un nivel de clase media-alta. No quiero olvidarme del «Bar Villanueva», que era de los Lara, en calle Brasil a unos pasos del puerto, donde ahora es una plazoleta. Se juntaba muchísima gente porque el puerto trabajaba en todo sentido, con cantidad de viajes a Concordia, de ida y de vuelta, y además con carga. Me acuerdo por ejemplo de las barcazas que llegaban cargadas con miles de quilos de sal, que tomaba la    grúa y la volcaba en los camiones de esos que hoy se usan para cargar arena; y el comprador era Barbieri y Leggire…

-La Zona Este también siempre fue zona de muchos bares…

Y si hablás de bares en la Zona Este te pasás una semana hablando…Por la avenida Blandengues, entre 8 de octubre y Agraciada, que yo recuerde estaba «El avestruz», Hidalgo, «El Palenque», el «Bar Americano», también «El Cachito» pegado al Cine Salto, además el «Micro Bar». Un par de cuadras más adelante, llegando a Brasil estaba el bar de Gallo, también el bar de Galluzzo, el de Boiani…

-¿Por qué trabajaban tan bien tantos bares?

Lo que pasa es que la diversión de la gente era precisamente el boliche. Eran pocas las familias que tenían en la casa una radio, ni que hablar una televisión…O una heladera, entonces el trabajador, para tomar algo frío iba al bar.

“La Cordillera”, un lugar siempre recordado y querido

“La Cordillera” fue un emblemático restaurante ubicado en calle Artigas casi Larrañaga. Uno de los comercios más recordados y queridos por los salteños cuando hacen memoria, cuando se detienen a mirar el pasado. EL PUEBLO conversó con Elizabeth Testa, hija de uno de los propietarios, quien accedió inmediatamente a la entrevista, con mucha disposición, ya que “es un honor para mí como reconocimiento a mi padre, que le puso el alma”, dijo.

Y así empezaba a narrar sus recuerdos:

“La Cordillera, pizzería de la que mi padre fue uno de sus responsables y que ha quedado en el imaginario colectivo como referente. Papá, Luis Miguel Testa Marzeroli, se integró a la firma a inicios del año 1966. El emprendimiento ya existía con ese nombre y quien lo había iniciado había sido Héctor «Lilo» Guillermoni junto a otro socio. Al disolverse esta anterior firma, es que mi padre pasa a ser uno de los responsables. Durante más de una decáda funcionó como un emprendimiento familiar, conformado por las dos familias Guillermoni-De Souza Leites y Testa-De Souza Leites. Mis primeros recuerdos son el cambio abrupto en nuestras rutinas, ya que todos estábamos allí de alguna manera presentes. Recuerdo a mamá elaborando pascualinas, pasta frolas, milanesas para vender en el negocio. Y concurriendo junto a nosotros, es decir a mi hermano y yo, aún niños, a trabajar junto a papá en horario de la tarde”

-¿Qué otros recuerdos, de cosas más puntuales del comercio, le veinen ahora a la mente?

Recuerdo un recipiente, tipo tarrito lechero de color verde, en el que mamá transportaba nuestra merienda, que era leche con Vascolet o Completo Puritas, para alimentarnos previo a que asistiéramos a nuestras clases de Dibujo o de Francés. Los fines de semana estábamos todos allí hasta tarde en la noche. Mi hermano y yo, junto a nuestros primos Guillermoni-De Souza Leites solíamos sentarnos en la vidriera de la Farmacia Curie, en la esquina de Artigas y Larrañaga o en la Heladería Nevada, de Don José Grassi…

En esos años La Cordillera comenzó a ser un lugar al que concurrían las familias los fines de semana a la salida del cine o simplemente a modo de recreación y de poder degustar productos que caracterizaban al lugar, como pizzas, milanesas, canadienses, carré de cerdo, sandwiches imperiales, panchos, marcianos. Otro atractivo lo constituía el chopp directo del barril en aquellos balones de vidrio grueso con asa. La clientela la constituían no solamente familias, sino también algunos parroquianos que lo tenían como punto de encuentro y referencia. Entre éstos recuerdo al «Pirata» Amorín, a Daniel Colinet que lo apodaban «Matute», a los hermanos Ceballos, también con sobrenombres. Casi todos ya no están aquí. En las tardes era común la concurrencia de personas que trabajaban en Oficinas Públicas y que llegaban a tomar un capuchino, un cortado o un refresco.    En los mediodías se formaba una especie de tertulia entre vecinos del lugar, a modo de copetín. Muchos de ellos profesionales. Recuerdo a Arralde, Robaina, el Escribanp Basso y otros. También eran clientes asiduos los médicos de aquel entonces del CAM que una vez finalizada la guardia concurrían a cenar, entre ellos el Dr. Campos.

-Después esa sociedad se disuelve, ¿verdad?

A partir de 1978 la firma cambió, quedando mi padre como titular ya que la anterior sociedad se disuelve. Y allí empezamos a distribuirnos los horarios en la familia. Mamá acompañando a papá en la mañana. Yo cubría el horario de 13 a 19 hs. Y papá le dedicaba el mayor tiempo.

Hubo muchisimos empleados, colaboradores, puedo mencionar al emblemático mozo Benito Moreira, también recuerdo a Beto Araújo, a Jorge Silva, a Martín Pinatto, a Montaña, a Abel Próspero, a Ivo Gustavo Silveira, a los hermanos Cabral y a Nelsa, que trabajó muchos años en la cocina.

-¿Qué le dice actualmente la gente en cuanto a lo que más recuerda de La Cordillera?

Lo que quedó en el recuerdo de la gente en relación al lugar fue la calidad en la elaboración de los productos y la especial atención y dedicación, así como la honestidad y el respeto que eran cualidades personales de mi padre Tito Testa. De los recuerdos de la gente siempre surgen las milanesas con salsa, los chivitos de lomo, los marcianos (frankfurters envueltos en panceta y mozzarella y luego enrollados en pan de sandwiche) que iban al horno, los carré de cerdo y canadienses.

¿Qué significa La Cordillera para usted?

Creo que esa etapa marcó en mí lo que luego elegiría como profesión, el Trabajo Social), ya que alli tomé contacto con personas que iban a diario a llevarse los recortes de pan de sandwiches que se los guardaba para ellos y con los que yo entablaba largas charlas. Entre ellos recuerdo a Benita, una anciana que me visitaba a diario y me hablaba de su historia de vida entre delirios y fantasías. Y que cuando cobraba su pensión se daba el gusto de pagarse un vaso de leche caliente y pancito de viena. A Martín, quien tenía problemas mentales y luego de haber trabajado como vendedor de una empresa se volvió un indigente que deliraba con el sol y los planetas. A Dani, un lustrabotas niño, que pasaba para detrás del mostrador y me dejaba mis botas relucientes a cambio de un frankfurter. Tampoco quiero dejar de mencionar a los vecinos que concurrían a diario…familia Grassi, familia Gambetta Arralde, familia Basso, familias Viera, Carballo, Beriau, Rodríguez San Martín (que tenía Salón Fortuna). Y muchos, muchos más.

-¿Cuándo termina el vínculo con la empresa?

En 1987 se realiza la venta del comercio, en un inicio a la familia Malvasio, pasando al poco tiempo a ser propiedad de los hermanos Bentancourt-Massaferro, quienes siguieron la misma línea trazada por mi padre, solicitando siempre su asesoramiento.

Ramón Rinaldi: Dos tiendas en su vida, “La Princesa” y el “Cóndor”

Hay fachadas, cartelería, nombres de comercios locales, que a pesar de ya no estar, son recordados, en algunos casos, por la calidad de sus productos, por sus dueños, por sus empleados, y a veces hasta por alguna publicidad.

Hay otros comercios que cambian de dueños, de nombre, y la gente lo sigue llamando como antes, y cuando recomiendan un producto dicen en el comercio, de fulano, aunque ya no sea mas el dueño, ni el comercio se llame así.

Salto ha tenido a grandes comercios y comerciantes, grande por su llegada a la gente, por su servicio a la población, por su buena fama de calidad y buena atención, y no por sus dimensiones edilicias.

Y muchas veces, crease o no, porque en esos locales se respira familiaridad, porque mucha gente además de ir a comprar va hablar, va a nutrirse de las novedades de la comunidad, del barrio,, en lo social, político y deportivo, hay para todos los gustos. Dicen que «todas las ciudades se han vertebrado en torno a las empresas comerciales, con mucha tradición»..

Para adentrarnos en algunas de aquellas casas comerciales hablamos con Ramón Rinaldi, de la Tienda La Princesa y de Gran Tienda El Cóndor.

RAMÒN RINALDI    NOS CUENTA

Sobre Tienda La Princesa, nos dice Ramón Rinaldi: «Esto comienza alrededor de 1985/86 cuando trabajábamos con Nancy (su señora) en Tienda El Cóndor, la etapa dura de El Cóndor, y bueno, con Nancy, mi cuñada y mis suegros que nos apoyaron abrimos la tienda, en Beltrán 42. Mucha gente nos dijo, que ahí, en esa dirección, mucho tiempo antes, hubo una tienda llamada La Princesa que era de un judío, de apellido Verme, creo. Allí hicimos la trayectoria y la mantuvimos hasta el 30 de setiembre de 2007. Después se abrió otra en calle Artigas y Larrañaga, no me acuerdo la fecha, si que se cerraron las dos en el mismo momento».

Ramón nos cuenta que su esposa Nancy empezó a trabajar en Barbieri y Leggire y fue su cuñada con la que trabajó la tienda, en principio fue tienda de mujeres, luego se fueron anexando, ropas para niños, para adolescentes, luego para hombres, la familia entera,y por último bijouterie, accesorios y perfumería, teníamos de todo. Hasta anexamos de las principales marcas, Lee, por decirte una. Un día una viajero nos dijo, ustedes tienen que irse al centro, tienen todas las marcas, y nos fuimos para Artigas y Larrañaga también. Todo marchó hasta que vino la crisis del 2001/02, la gran recesión, la cosa empezó a ir para atrás, en ese momento empezó también a ingresar ropa china, muy barata, se hizo muy difícil y resistimos como pudimos, hasta que hubo que cerrar.

Del local ese de Beltrán 42, te cuento, como anécdota nomás, que era un edificio sin terminar, que estaba embargado , lo tenía un señor Sasias,creo. Para que el edificio siguiera alguien tenía que comprar nuestro local, eso habilitaba la continuidad de la construcción del edificio. Nosotros lo compramos aún sabiendo que diez años después lo podíamos perder, porque estaba todo algo embrollado,no sè.ahora está terminado.

LOS AÑOS DEL COMERCIO Y LOS DESAFIOS

Consultado Ramón Rinaldi si los comienzos fueron duros, con problemas económicos, cómo era la situación de Salto, y del país, respondió: «No, no, fueron buenos, había mucha plata en la vuelta, se podía trabajar, no había estos problemas. Una cosa que nos complicó a nosotros fue el cambio de flecha de las calles. Antes la gente venía por Artigas,doblaba en Beltrán rumbo a la Zona Este, y paraba, llegaba. Cuando Artigas cambió de flecha, la gente seguía de largo por Artigas, y cuando venía para la Zona Este, subía por Brasil. No sólo nosotros fuimos los perjudicados, también la Heladería Nevada, porque cuando la gente venía desde la costa, subía por Artigas, doblaba por Beltràn, y antes seguir a la Zona Este, paraba y tomaba un helado, allí».

Consultado Rinaldi sobre como se trabajaba en esa época con los cliente, solo contado, contado y crédito, porque no había tarjeta de crédito, a lo que nos respondió: «En esos momentos se vendía al contado, pero como nosotros teníamos a mucha gente conocida dábamos créditos de la casa. después empezaron a venir las tarjetas y los créditos de empresas dedicadas a eso,y mermó un poco la venta. Nosotros con los créditos de la casa, al principio nos iba bien, pero luego, como a veces sucede, teníamos mucha plata en la calle,y eso a veces nos dificultaba la reposición, se puso bravo, porque nos costó recuperar la plata».

Ramón Rinaldi nos hablò luego de sus comienzos en el rubro, con 18 años empezó a trabajar en tienda El Cóndor, de Uruguay Beltràn, en 1973, que allí conoció a Nancy, que también ingresó a trabajar en la tienda, se enamoraron y se casaron «fue toda una revolución en la tienda», bromea.

Luego, en un tono nostálgico, dice: A nosotros nos enseñó mucho el dueño, Don Moisés Koriniscki, realmente nos enseñó a laburar, un tipo muy honesto,que nos enseñó a tratar al cliente, a tratar a los viajeros, nos enseñó el oficio. No le gustaba que faltaran los lunes y que ningún cliente se fuera sin comprar algo. Mucha gente de campaña venía a comprar. Nos enseñó a ser buenos vendedores y por sobre todo, buena gente y de buen trato con el cliente.

Te cuento una anécdota, yo ingresé en la época de Salto Grande, cuando cobraban las quincenas, ya a las diez de la mañana, El Cóndor, tenía que hacer retiro de caja, porque las cajas no cerraban de tanta plata que entraba, pagaban los créditos, y compraban en el día

Y volvía a a pasar en la tarde. El Cóndor tenía de todo, era una de las tiendas fuertes de Salto. Salto Grande arrancó en 1974 y hasta el 82 más o menos bastante fluido después vinieron años ,más o menos”.

Barbieri & Leggire “Fue una escuela de la vida”

Hace más de 25 años cerró Barbieri & Leggire, una de las empresas que hizo historia en nuestra sociedad. Podrá parecer extraño en estos tiempos, pero en esa empresa, donde hubo un personal que trabajó por años, se afianzaron las relaciones personales y prosperó la amistad en personas que aún se mantienen en contacto, que realizan encuentros periódicos y mantienen su preocupación por el bienestar de todos. Para este informe EL PUEBLO dialogó con cuatro representantes de un grupo que supera la media centena de personas, Margarita Luzuriaga, Eduardo Sosa, Luis Genta y Juan González, quienes compartieron la experiencia de su pasaje por tan importante empresa que todavía se mantiene viva en el recuerdo de Salto. No desaprovecharon la oportunidad para enviar un saludo a Santiago Rivero, que está pasando por un quebranto de salud.

LUIS GENTA “Cuando ingresé tenía doce años. Empecé en el escalón de limpieza, fui luego repartidor, des-pués empaque y luego me fui mezclando entre los vendedores. Para mí en ese momento era lo más grande, y ojo que he trabajado en otras empresas grandes y no vi que se tenga la opor-tunidad de que te vayan preparando para la ta-rea que tenías que hacer. Hoy llega una persona a la empresa y ya la meten en una determinada sección con un montón de responsabilidades y no sabe lo que le están pidiendo que haga. En ese momento esta empresa te preparaba”. “Estuve unos 25 años. De todos los rubros que recorrí dentro de la empresa, terminé en ferre-tería, y pude ver el movimiento de los camio-nes que iban para campaña que terminaban recorriendo casi todo el Uruguay, llevando comestibles y mercaderías de hierro, chapas y pinturas”. “En esos años casi toda la sociedad pasaba por Barbieri & Leggire, porque tenía sección de telas, lencería, vestimenta y zapatería para damas, lanería, perfumería. Después estaba la parte de caballeros, tanto de la ciudad como vestimenta para tareas del campo. Si habré ayudado a preparar pedidos de campaña con Yolanda. También había una veterinaria”.

MARGARITA LUZURIAGA “Quedan recuerdos muy lindos. Comencé con 25 años a trabajar ahí durante nueve años. A diferencia de Genta, entré directo a zapatería como vendedora porque ya venía de otro traba-jo, pero es cierto, antes se entraba escalonando y formándose como vendedor”. “En los últimos años pasé a bazar, cuando em-pezó la remodelación y los cambios de Barbieri & Leggire. Los recuerdos que tengo son de mis compañeras, como Lucy, que era la encargada de ropa, de telas. Estaba Beatriz que era nues-tra encargada en la parte de zapatería y perfu-mería. También estaba la parte de empaque, que por lo general la atendía Alejandra, Susana, Nelly, Amparito. Me acuerdo de Rosita, que era la cajera del almacén y que ya falleció. También estaban María Esther, Nancy, Laurita, María Inés, Alessandra, Rosana, Elsa, Yolanda. No me quiero olvidar de ninguna, pero ellas son las que conocí bien”.

EDUARDO SOSA “Cuando entré a la empresa todavía no era Bar-bieri & Leggire S.A., se estaba recién formando por el año 66, y era solo Barbieri & Leggire. Esa fue la mejor época que tuvo, llegó a tener has-ta 400 empleados entre Salto, Artigas y Bella Unión, más la oficina en Montevideo”.

“Era una emresa grande por la parte de agri-cultura, se hacía mucho acopio del grano, tri-go, maíz, girasol. Se trajo a las empresas más grandes que había en ese momento, como la Fiat, la Shell. Cuando ingresé tenía 18 años re-cién cumplidos, era administrativo y aprendí de todo, era tipo hombre orquesta, si tenía que ir a la caja iba, si tenía que atender a la gente en el mostrador, atendía. Sabía todos los trabajos, y así fui subiendo de a poco, aprendiendo. Al final terminé en cargos jerárquicos. Estuvo 29 años”. “Me fui en el año 95, y la empresa ya se estaba viniendo abajo de a poco. Pasa que al morir las dos personas que sabían cómo era el negocio, los que quedaron fueron radiando a los jefes que también conocían a la empresa, y termina-ron quedando unos muchachos que no sabían nada. Se embarcaron en cada cosa, tomaron malas decisiones, como cuando trajeron el sis-tema de riego de Israel, carísimo todo. Trajeron a un ingeniero israelí que les cobraba hasta la piel. Compraban e importaban y luego no ven-dían nada. Algo parecido sucedió con la auto-motora. Y se metieron en los bancos a pedir cré-dito, y llegó en un momento que estaban hasta acá (señala el cuello), y ahí comenzó la debacle con las deudas y la empresa se tuvo que comen-zar a achicar. Por eso me fui”.“Igual prefiero los lindos recuerdos que queda-ron, me acuerdo de todos los amigos que hice. Pasé muy bien, ganaba bien. Había un buen compañerismo, y los jefes que tuve fueron macanudos. Lamentablemente por malas de-cisiones dejaron a un montón de personas sin trabajo”.

JUAN GONZÁLEZ “Entré en el 80 con 15 años, y para mí fue como tocar el cielo con las manos porque en esa época entrar a Barbieri & Leggire era lo más importante, más para un gurí. Trabajé en la parte de escritorio, hacía todo lo que era bancos, intendencia, aduana, todo lo que era oficinas públicas, también repartía los estados de cuenta de los clientes. Siendo un gurí entraba a cualquier lado y eras un señor, te conocían desde los ge-rentes. Barbieri & Leggire nos abría las puertas a todos lados”. “Para mí fue una escuela de la vida. Hoy no se-ría viable una empresa como esa porque tenía varias secciones, estaba muy desparramada. Lo que más recuerdo es que era una empresa social porque, por ejemplo, si los empleados ganábamos $ 10 mil nos permitía gastar hasta $ 15 mil, un sueldo y medio, y ahí teníamos todo, creo que lo único que teníamos que comprar afuera era la carne”. Y así fueron pasando los recuerdos por media hora más, entre anécdotas y la cita obligada de gente que ya no está.

Borrelli Mercería: Un comercio que supo hacer historia en nuestro departamento

Con productos de exportación y calidad superior

Borrelli Mercería fue un comercio de sedería y mediería emblemático de nuestro departamento y hoy a través del Escribano Héctor Borrelli podemos rememorar la época donde el trato hacia el cliente era absolutamente personalizado

“El comercio se caracterizaba por cubrir todos los rubros vinculados a la costura. Se ofrecía una amplia variedad de festones y puntillas importadas y botones de nácar de las más diversas formas. Hay que pensar que en esos tiempos no existía la prenda pronta sino que era confeccionada a medida. Por lo tanto, la modista era una profesión muy común y había muchas.

Para nosotros fue una experiencia muy rica debido al trato con el cliente al que le prestábamos un servicio que él distinguía al concurrir a nuestro negocio. Sabíamos agradecerle con buena atención y amabilidad” – expresó a EL PUEBLO.

Borreli Mercería comenzó a funcionar allá por 1957. Mi padre después de haber trabajado en el mismo lugar durante treinta y tres años en la esquina de Uruguay y Treinta y Tres – arrancando desde muy jovencito – llegó a tener a cargo catorce funcionarios en un comercio que trascendió a nivel del departamento, por ser una empresa que se dedicó siempre gran parte a la seda.

Era tradicional la seda y las medias Era una de las de las casas que se dedicaba a la seda y a las medias y el vínculo que tenía con muchos viajeros de Montevideo, se decidió instalar una mercería y junto a él fue otro de los integrantes de ese comercio a trabajar con él en calidad empleado pero con la condición de que eran prácticamente una dupla muy especial porque hacía

más de 30 años que venían trabajado juntos. La mercería entonces nace en el 57. Mi padre hacía hecho solamente hasta tercer año de la escuela primaria y entonces había abierto en ese momento el liceo nocturno en el actual Liceo No.5, que estaba a una cuadra del negocio. Llevó a trece de los catorce empleados a estudiar en el liceo nocturno conjuntamente con él.

En forma casi obligatoria, cuando cerraba el negocio, los empleados debían concurrir al liceo a estudiar. Con el tiempo, muchísimos de esos jóvenes le agradecieron esa iniciativa y la posibilidad de estudiar y acceder a esos conocimientos que de otra forma no podrían haberlo tenido. Yo empecé a trabajar con nueve años y mi cometido era llevar las muestras a las familias que eran nuestros clientes. Solían mirar las muestras y hacer los pedidos que luego les llevábamos a sus domicilios. La situación de los comercios en ese momento era muy diferente a la de hoy. Mi padre siempre nos comentaba que generalmente los pedidos se pagaban a los ciento ochenta días, no había inflación. Considero que el símbolo en mercería en nuestro departamento lo obtuvo la nuestra, Borrelli Mercería y lo compruebo a diario con los clientes que atiendo en mi escritorio, a los mayores de cincuenta.

Fue muy importante para nosotros la publicidad que mantuvimos durante treinta y nueve años ininterrumpidos en una emisora salteña. Mi padre se jubiló luego de trabajar durante los treinta y nueve años”.

Luego el negocio fue evolucionando y adaptándose a las nuevas formar de venta.

Nosotros teníamos una promoción especial junto con el cine; mucha gente depositaba su factura en una urna y en el mismo cine se hacía el sorteo. También nuestro comercio fue el primero en abrir los sábados de tarde. Fue una etapa muy importante… el mobiliario era una exquisitez… todo de madera. Siempre teníamos ofertas especiales y ganamos varios premios con nuestras vidrieras. Hubo dos destacados alumnos de mi padre, los vidrieristas Azambuja y Motta que se fueron haciendo de su clientela. El comercio tenía otra perspectiva, adecuada a los requerimientos de los clientes que aquel entonces.

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