Cosas extrañas (y terribles)

2022-10-17 12:30:18 By : Mr. Jack Yang

QUE las cosas salgan por una pantalla, por un tubo (aunque ya no lo sea), las envuelve en un cierto halo de ficción, de distancia, de extrañeza, incluso las más cercanas. La realidad es eso que está al otro lado del cristal de la televisión, nos dicen, el cristal oscuro, pero lo bueno es que ese cristal tiene algo de barrera, de mampara higiénica, que nos libra aparentemente del mundo y que, sobre todo, libra al mundo de todos sus espectadores. La verdadera angustia sucede cuando esa mampara ya no nos ampara, cuando constatamos que la realidad televisiva ha saltado al otro lado, ha abierto la puerta, como en las historias de terror. Contener la realidad en ese rectángulo, en esas pulgadas, retenerla ahí como a un animal salvaje, es una tarea cada vez más hercúlea. Si se fijan, la realidad a veces supura por las juntas del electrodoméstico y cae lentamente sobre la mesa en que se apoya.

No nos inquietaba definitivamente esa realidad que parecía que no iba con nosotros. Esa guerras lejanas y apocalípticas, esos edificios históricos desdentados por un terror cierto, pero por los que tal vez pasábamos muy rápido, esperando la sección de deportes. Por no hablar de las guerras que no se ven, que siempre han estado ahí, tan invisibles como los muertos. La pantalla nos ha traído catástrofes y tragedias con esa distancia, al menos, del cristal de la pantalla, esa mampara protectora, higiénica, esa mampara que calma nuestro mundo, que permite ver sin ser visto, mientas te sientas a cenar con esa seguridad de que perteneces al otro lado, por supuesto el lado bueno.

Lo que nos está sucediendo es que la distancia entre el otro lado y el nuestro se ha acortado. La pantalla ya no es lo que era. Poco a poco, esas cosas extrañas ya no suenan a ficción lejana, o a ciencia ficción, o a “eso que les pasa a los otros”, sino que se parecen a cosas que identificamos con nuestro mundo, que resultan familiares, y por eso sentimos que la realidad rezuma su líquido viscoso por las juntas del electrodoméstico, como una lenta invasión de circuitos tomados por el dolor ajeno, una realidad que supura en silencio y nos impregna con el extraño olor de la tragedia y el fracaso, que pugna por avisarnos, con su invasión silenciosa, de que ya estamos expuestos a todo, de que nos toca el miedo y la incertidumbre, esa criatura sin compasión, ese monstruo que ha venido a vernos mientras abríamos el yogur.

Y así, las cosas extrañas de estos días, de estos meses, ya empiezan a parecernos menos raras. Casi esperamos la próxima, como un catálogo de rarezas posmodernas, como un catálogo de locuras por las que ya ni nos preguntamos. Unos lanzan misiles, otros los prueban, otros revientan gasoductos bajo el mar, otros narran historias personales inenarrables y algunos hablan de épicas como poseídos por el Medievo. De pronto, el grifo del gas que se cierra a muchos kilómetros impide el viaje que lo llevaba al calentador de la cocina, y sabes que entre tú y el otro extremo del tubo hay algo personal.

Hay demasiados indicios de que la realidad nos va secuestrando, de que el relato nos va devorando, mientras lo contemplamos y lo escuchamos. Siempre creímos en la estanqueidad del salón, confiábamos en que estuviera sellado, con esa inconfundible silicona que rodea las bañeras, pero la realidad es como una planta salvaje, que lo parasita todo, no es un Jumanji que desemboca violentamente ante nosotros, sino ese líquido viscoso que supura la televisión, que anuncia que tenemos una avería, quizás irreparable.